Me gusta definirme como viajero. He recorrido toda la
Argentina a lo largo de muchos viajes, a veces en auto manejando miles de
kilómetros y a veces en ómnibus y avión. Cuando me propuse recorrer Uruguay,
pensé que, dado el tamaño del país, con diez días bastaría. Una de las primeras
etapas consistió en llegar hasta Rivera, manejando desde Buenos Aires. En
Argentina es conocido el hecho de que “hay un pueblo en Uruguay que está tan
cerca de Brasil que basta cruzar la calle”. Desde la frontera con Argentina (Colón-Paysandú)
hasta el otro lado del país, en Rivera, son como 340 kilómetros de carretera
limpia, rodeada de puro campo uruguayo, y sin apenas paradas en el camino.
Entre Paysandú y Tacuarembó, la siguiente ciudad digna de mención en el
recorrido, hay doscientos cincuenta kilómetros, sin una sola estación de
servicio, que yo recuerde. Tacuarembó es el lugar donde, según los uruguayos,
nació el gran Carlos Gardel (según otras fuentes nació en Francia; lo único que
es seguro es que es tan Argentino como el mate, el dulce de leche y el asado de
los domingos). Desde Tacuarembó hasta Rivera hay poco más de cien kilómetros,
sin nada en el medio. Uno podría salir de Argentina y llegar a Brasil tocando
sólo tres ciudades en el recorrido.
La
ciudad de Rivera (60 mil habitantes) es una zona de free shopping que, por una
mera cuestión geográfica, depende mucho de Brasil y de cómo esté el cambio
entre el peso y el real para esperar más o menos compras de sus vecinos
brasileños. Por su parte, Santana do Livramento (82 mil habitantes) mira más
hacia Porto Alegre que hacia sus vecinos del sur, a los que sus habitantes
recurren para hacer sus compras de productos lácteos y embutidos, más baratos
que en su propio país. El tránsito entre ambas ciudades es completamente libre;
la frontera, salvo por las demarcaciones en forma de hito y las banderas, es
completamente invisible.
Dentro de la ciudad, de hecho, es una calle en la que un
lado pertenece a Brasil y el otro a Uruguay. A las afueras del pueblo (de los
pueblos, en realidad) la calle asfaltada se convierte en un camino de tierra,
pero la frontera sigue sin ser visible salvo por los mojones demarcatorios.
Dos lugares destacan fundamentalmente en la conocida como
Frontera de la Paz: la Plaza Internacional y el Cerro del Marco.
Los visitantes consideran como obligatoria la fotografía con
un pie en cada país. El Cerro del Marco se encuentra a unos cien metros de la
Plaza Internacional, elevado sobre el resto de la ciudad, y permite una visión
privilegiada de las dos ciudades, y de los dos países, desde los dos países,
puesto que también se encuentra dividido por la frontera.
La economía de frontera está muy presente en las dos
ciudades. Así pues, para cargar nafta en el auto, hay que hacerlo en Brasil.
Para comprar chacinados o lácteos, en Uruguay. En cualquier lugar de las dos
ciudades admiten cualquiera de las dos monedas de curso legal, además del dólar
americano. Incluso se puede llegar a pagar con pesos argentinos, como hice yo
en una gasolinera. En cuanto al idioma, el español y el portugués son de uso
común a ambos lados de la frontera, y también se habla una mezcla de ambos,
conocida como Portuñol o Portunhol.
La historia de la división de las dos ciudades se remonta a
la ocupación brasileña de la llamada Provincia Cisplatina, cuando fue
establecido un puesto militar brasileño en el lugar. Tras la independencia de
Uruguay en 1825 y la guerra subsiguiente, un tratado de 1828 y ratificado en
1852 estableció la frontera justo al sur del puesto militar, que ya había
crecido tanto que era una pequeña ciudad, perteneciente al municipio de
Alegrete. El lado uruguayo de la avenida internacional se llama, precisamente,
Avenida de los Treinta y Tres Orientales
La Plaza Internacional fue inaugurada en 1943, como
celebración de las buenas relaciones entre ambos países y como monumento a la
paz, en plena II Guerra Mundial. Las dos ciudades, o la ciudad internacional,
como se quiera ver, son uno de los lugares del Cono Sur donde la frontera es
mucho más un nexo de unión que una molesta barrera. Y está bien que así sea.